" Perdido en China: novena etapa

Perdido en China: novena etapa

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55 horas de vuelo de Sudamérica a Asia, 4 días de PCRs en Corea, 10 días de cuarentena en el mejor hotel de China y por fin, tras meses de planificación llegamos al momento más esperado: la llegada al destino final. En más de una ocasión el viaje casi se vio frustrado, me vi obligado a dormir en el suelo, me practiqué más PCRs que las necesarias, pasé días durmiendo pocas horas, tuve dificultades en varios controles de seguridad, me pincharon varias veces para realizar otros controles de salud e incluso casi quedé varado en una zona rural china sin teléfono ni conexión a internet. Sin embargo, tanto trabajo y esfuerzo dio sus resultados porque, una vez sentado en el avión, la llegada a destino era prácticamente inevitable. Solo si el Emperador de Jade se oponía mi viaje no llegaría a la hermosa ciudad de 长春 Chángchūn, ubicada en la provincia de 吉林 Jílín, la cual limita con Corea y Rusia.

Vuelta a la normalidad

En el anterior episodio comenté que la vida en 广州 Guǎngzhōu, y particularmente en el aeropuerto era prácticamente normal. A pesar de las normativas de control sanitario del país, que en este viaje probaron cambiar radicalmente la experiencia de llegada en pos de una protección de salud, lo único que delataba que nos encontrábamos en 2022 y no en 2019 eran los ubicuos y obligatorios barbijos y el equipo de protección del personal del aeropuerto. Aunque en algunos lugares el uso del barbijo era completamente obligatorio, como dentro del avión, en el aeropuerto la situación era mucho más relajada. 

Sin barbijos: un latinoamericano comiendo tortilla española en China, mientras un viajero chino lo mira con desconcierto.

Al haber visto pocos asientos disponibles en los vuelos y tras la experiencia de ingresar a China en un avión que, por ley, estaba obligado a viajar a mitad de su capacidad para espaciar a los pasajeros, imaginaba que este nuevo vuelo interno sería similar. Grande fue mi sorpresa cuando, en mi fila de 3 asientos, descubrí que la ventana estaba ocupada por una joven y a mi me correspondía el asiento del medio. Todo parecía indicar que el asiento del pasillo sería ocupado por otro pasajero y que viajaríamos con el avión a máxima capacidad. No obstante, máxima fue mi sorpresa cuando el avión cerró las puertas y mi compañero de pasillo no llegó. Aunque el vuelo era corto, disponer de un asiento libre es siempre bien recibido. 

Un país amigo de los vegetarianos

En muchas ocasiones he discutido el tema del vegetarianismo en China. El país del Río Amarillo no es uno de los máximos consumidores de carne del mundo, pero ha existido una tendencia histórica a aumentar el consumo de carne gracias a la mejora de las condiciones de vida. Hace un siglo, cuando la mayoría del pueblo chino no lograba cubrir sus requerimientos calóricos mínimos debido a las crisis y guerras, la carne era un bien muy preciado que tan solo los ricos podían comer asiduamente. Fue un gran trabajo por parte del gobierno chino asegurar el suministro proteico para toda la población, algo que además reportó una gran mejora en la salud, la expectativa de vida y la capacidad física de gran parte de la sociedad. Empero, incluso en la actualidad, la carne suele consumirse en pequeñas porciones dentro de platos más grandes, e incluso en muchas ocasiones es algo que se añade tardíamente en la preparación y puede pedirse no ser agregado.

El viaje en avión de 广州 Guǎngzhōu a 长春 Chángchūn era de tan solo 4 horas, así que ni siquiera pregunté en la compañía si había opción de pedir comida vegetariana. Al poco de despegar, el personal de abordo comenzó a repartir pequeñas porciones de comida. Cuando llegó a mi asiento, les expliqué en chino que yo soy vegetariano y que, si algo de la comida que ofrecían, como por ejemplo pan, era libre de carne animal, tomaría solo eso. Tras mi explicación me dieron una pequeña caja de cartón con un pan, unas verduritas en conserva y unas arvejas secas y me comentaron que la entrada no tenía productos de origen animal. Como plato principal, me ofrecieron un arroz con verduras. El personal de abordo abrió la pequeña bandeja caliente y me mostró que el arroz no tenía carne y que tan solo llevaba un poco de huevo. Tras confirmar que el arroz no tenía tampoco camarones, un producto muy común en muchas comidas, me dejé sorprender por la situación: había una opción vegetariana. De hecho, mi compañera de asiento también opto por la opción vegetariana. Si todavía existía alguna duda, todo a quedado despejado: China es un país amigo del vegetarianismo. 

El tema del vegetarianismo no es una novedad. Es muy común encontrar restaurantes vegetarianos, especialmente en el Sur, muchos templos tienen sus propios restaurantes vegetarianos, muy ricos y baratos, y cerca de los templos es común encontrar restaurantes vegetarianos o con una gran oferta de platos vegetarianos. Esto se debe a que existe una pequeña comunidad vegetariana asociada a la práctica de algunas religiones. Además, en las grandes ciudades está creciendo el número de vegetarianos por razones éticas o de salud y cada vez más cadenas ofrecen incluso opciones veganas. Hay personas que, aunque no son vegetarianas, en determinadas fechas religiosas, o cuando concurren a los templos, practican el vegetarianismo, lo que aumenta localmente los números de personas demandando platos vegetales. Como ya vimos en la cuarentena de 广州 Guǎngzhōu y como podremos ver en la de 长春 Chángchūn, la comida china vegetariana es muy común, muy completa y muy deliciosa.

La tierra del té

Para acompañar la comida había todo tipo de bebidas, y aunque me había deleitado con Ginger ale durante gran parte de los vuelos previos, en la tierra del té no pude evitar pedir varias tazas de un delicioso té verde. En Latinoamérica normalmente el té, incluso el té de relativa buena calidad es una bebida que no tiene punto de comparación con el té chino. A muchas personas les sorprende descubrir que, en el lugar del mundo donde más té se cultiva, no es tan barato como por ejemplo en un supermercado de Buenos Aires. Esto se debe a que los paladares chinos son muy exigentes y el producto que se vende, incluso el más barato, es un té de gran calidad, donde pueden distinguirse las hojas de la planta de té. Por esta razón, incluso a los no bebedores de té, aun si se trata de un té chino de baja calidad, recomendamos a nuestros lectores probarlo: probablemente se llevarán una gran sorpresa al descubrir una bebida que tal vez nunca habían bebido. No es raro que, una persona que no gusta de tomar té, vuelva de China con una gran cantidad de té de todo tipo. 

Cuando uno toma la verdadera bebida descubierta por 神农 Shénnóng, patrono de la agricultura china, hace más de 4.000 años, comprende por qué los británicos se apasionaron tanto por esta bebida, lo que los llevó en 1830 a tener un fuerte desbalance comercial con China, debido a los grandes cargamentos de té que adquirían. No tan comprensible es cómo su afán de té y productos chinos los llevó a invadir el país en el marco de las Guerras del Opio (1839-1860).

Atrapado en el aeropuerto

El viaje transcurrió sin mayores sorpresas que las que tuvieron el resto de los pasajeros al escuchar a un hispanoparlante hablándole a una cámara y profiriendo pequeños sonidos de placer con cada nueva taza de té. Un hombre con una edad cercana a la jubilación se divirtió gran parte del viaje buscando en la revista de la aerolínea los mismos artículos que yo estaba leyendo y mirando la misma película que yo estaba mirando. De hecho, cuando llamé al personal de abordo para pedir otra taza de té, aprovechó la ocasión para repetir. 

Al arribar al aeropuerto de 长春 Chángchūn, todo transcurrió de forma normal. Bajamos ordenadamente del avión, esperamos y nuestras valijas llegaron, y nada parecía haber cambiado. Sin embargo, para poder salir de la zona de recogida de equipaje, había que presentar el código de salud de la provincia de 吉林 Jílín, el código de la provincia de 广东 Guǎngdōng no era válido. Un gran cartel ofrecía un código QR para ingresar a la aplicación y tramitar el código, algo que no tomaba más de 3 minutos.

Para realizar el trámite era necesario conectarse a internet. Yo no tenía conexión móvil, por lo que busqué si el aeropuerto ofrecía internet Wi-fi. Por fortuna había una red pública para que los viajeros utilizaran. Por desgracia, había que registrarse utilizando un número de teléfono chino, que no tenía. Le expliqué en chino al personal de seguridad mi situación. Costó un poco hacerme entender, en parte por mi falta de fluidez en chino, en parte por lo extraño de la situación ¿Quién viaja por China sin conexión de ningún tipo? Solo alguien ataviado con un poncho. A pesar de lo extraño de la situación había un protocolo de actuación y, tras comprobar mi pasaporte me inscribieron en un sistema digital y me permitieron salir.

Perdido en el aeropuerto

Nunca nada es tan fácil al viajar. Al salir había un segundo control, con policía aeroportuaria incluida. Al intentar pasar me pidieron el código de salud. Cuando les expliqué mi situación, me preguntaron cómo había pasado el primer control. Les expliqué que me habían controlado el pasaporte y que todo estaba en orden. Me dijeron que debía tener el código para salir. Nuevamente, volvió a generarse una confusa situación porque no comprendían por qué no tenía internet en mi teléfono y por qué no podía conectarme a la red. Cuando conseguí hacerme entender, me dijeron que retrocediera y entrara en una oficina policial, que allí me podrían ayudar a obtener el código.

En la oficina expliqué nuevamente la situación, me preguntaron cómo pasé el primer control y por qué no podía pasar el segundo. No podían terminar de entender por qué mi teléfono no tenía internet a pesar de ser uno de los modelos topes de gama de Huawei. Incluso ofrecí el teléfono a uno de los oficiales, que comprobó la conexión de red, descubrió que no tenía, intentó conectarme al Wifi, descubrió que no podía. Durante unos minutos, los oficiales discutieron entre sí y no sabían cómo ofrecerme una solución. En todo momento, el personal fue muy amable y colaborativo a pesar de ser casi las 12 de la noche, e incluso me ofrecieron un asiento y agua.

Pregunté si sencillamente alguno podía compartirme internet por unos minutos, para que pudiera realizar el trámite del código de salud, pero por protocolo no podían hacer eso para evitar vulneraciones de seguridad en los teléfonos móviles del personal. Al preguntarme cómo pensaba ir hasta el hotel les expliqué que la universidad me había dicho que enviarían a un conductor a recogerme. Esperanzados, me dijeron que ese conductor podría completar documentación por mi y me podrían dejar pasar. Me pidieron que lo llame por teléfono para que ingresara. Cuando tomé mi teléfono feliz, los oficiales y yo recordamos que, por un lado yo no tenía señal móvil y además no tenía el número del conductor. Me dijeron que me asomara a la puerta y buscara al conductor. Había unas pocas personas sentadas en el gran hall del aeropuerto, pero ninguna pareció mostrar interés cuando un extranjero se asomó, así que no pude identificar al conductor.

Volví a la oficina y tras contarles de mi infructuosa búsqueda me pidieron un contacto de la universidad. Les dije que tenía el contacto personal de una profesora, la encargada de todo lo relacionado con mi vuelta e inscripción, pero me pareció que no eran horas para llamarla. Igualmente insistieron y cuando fui a darles el número, descubrí que lo único que tenía de ella era su código de Wechat, que no me permitía ver su número telefónico. Les di el contacto de Wechat, pero me dijeron que, por protocolo, la llamada debía ser desde un teléfono de línea y que no podían ponerse en contacto sin un número telefónico.

Parecía estar atrapado entre los controles de seguridad. Recordé que tenía el número telefónico de la oficina de estudiantes extranjeros de la universidad, así que les di este número, con la esperanza de que existiera algún tipo de guardia. Nunca sabré si pudieron comunicarse, porque con ese número ingresaron en un despacho interno y pasaron unos cuantos minutos hasta que los oficiales volvieron a salir. Estimo que alguien atendió el teléfono, porque al salir me dijeron que ya podía salir del aeropuerto y que debía realizarme una PCR en la puerta. Al pasar por el control, me realizaron la PCR y los oficiales dieron aviso al personal de seguridad que me permitieran la salida. Mientras me realizaban la PCR, un joven taxista se acercó y me preguntó si era el Rey León del Sur: 王南狮 Wáng Nánshī, mi nombre chino. 

Como mi nombre es León, cada vez que veo un león guardando una puerta en China, me tomo una fotografía como el segundo león que cuida la entrada.

Velocidad 2X

Estaba tan feliz de que el conductor estuviera en el aeropuerto, que no lamenté no haberlo encontrado cuando comencé a tener problemas para pasar el control. Días más tarde, un hermano latinoamericano de la universidad me dijo que su conductor rellenó una documentación y le resultó muy sencillo salir del aeropuerto en las mismas condiciones de conectividad que yo. A mi felicidad de haber llegado a la ciudad, de haber pasado los controles, de haberme podido hacer entender en chino, se sumó la felicidad de encontrar al conductor, y que no ocurriera como en 2019, cuando mi vuelo se retrasó y quedé literalmente perdido en China, sin siquiera saber a dónde tenía que ir y sin poder hablar casi el idioma.

Rápidamente le pedí disculpas al conductor por haberlo hecho esperar, por llegar tan tarde y por el peso de mi valija, que amablemente cargó en contra de mi voluntad. El taxista me dijo que no había problemas y que estaba acostumbrado a trabajar en horario nocturno. Al salir, en remera de mangas cortas y pantalón de verano, el cambio de temperaturas de más de 40° en 广州 Guǎngzhōu a una temperatura cercana a 0° en 长春 Chángchūn, con un importante viento siberiano, me golpeo súbitamente. Cargaba el poncho al hombro así que mientras nos dirigíamos al automóvil no hice más que colocármelo correctamente, salvándome de un resfriado casi seguro. Aunque el poncho parecía poca cosa, desafió al frío viento siberiano con la misma efectividad que lo habría hecho contra el frío viento patagónico. Es impresionante lo que una prenda tan antigua puede lograr. 

El poncho siempre acompañando en los buenos y malos momentos del viaje.

Mientras caminábamos, comencé a contarle al conductor que yo era estudiante desde 2019, que mi madre también había estudiado en la misma universidad, que ya conocía el hotel al que nos dirigíamos, que me gusta el frío del Noreste de China, que no podía esperar para probar comida picante y mil cosas más que no recuerdo. Cuando, ya sentado dentro del vehículo, paré de hablar para comprobar el nivel de batería de mi teléfono móvil, el conductor me felicitó por mi nivel de chino. Respondí agradecido que mi nivel no era ni muy alto ni muy fluido y que todavía tengo mucho que aprender. Él me dijo que yo hablaba muy rápido, como un chino, y que no me trababa al hablar. En ese momento, me di cuenta de que estaba hablando al doble de velocidad de la normal, casi sin respirar. La felicidad era tan grande que las palabras salían solas.

Un viaje emocionante

Siempre el viaje desde el aeropuerto hasta el hotel en China me emociona. Recuerdo aquel primer viaje de 2011, en la noche de 北京 Běijīng, cuando miraba los carteles con grandes caracteres luminosos y me preguntaba si China me cambiaría luego de 3 meses de viaje. Reconocí en la noche de 长春 Chángchūn edificios, carteles y nombres de avenidas que había visto en mi primer día en la ciudad en 2019. Recordé cuando estaba sentado en un taxi sin rumbo dirigiéndome al centro de la ciudad, sin saber la dirección de la universidad y no pude evitar reír por lo cómico de aquella primera llegada. Cuando llegamos al parque 南湖 Nánhú, Lago del Sur, mi parque favorito no solo de la ciudad, sino probablemente del mundo, la divertida charla con el taxista se detuvo, porque sentí ganas de llorar de felicidad y tristeza. No había sido un viaje fácil, llegué a pensar alguna vez que no podría regresar y por fin estaba allí, a pocos metros de mi antigua habitación. El parque en la noche estaba más hermoso y más misterioso que nunca. 

Dos leones en el 南湖 Nánhú, Lago del Sur, año 2019.

Una cara conocida

Al ingresar al hotel 南湖 Nánhú, el antiguo hotel donde se alojaban los estudiantes de chino de niveles bajos, ahora reconvertido en hotel de cuarentena, me sorprendió ver a la gerenta del hotel esperándome. Habíamos hablado por teléfono para coordinar mi vuelta, y verla luego de 2 años y medio me alegró. Era la 1 de la madrugada, y luego de completar la documentación necesaria y explicarme las cosas básicas, nos quedamos conversando durante mucho tiempo, como dos viejos amigos que se reencuentran. La verdad es que no éramos muy amigos, en 2019 mi nivel de chino era tan bajo que normalmente rehuía a hablar con ella. Cuando me fui de China, ya había normas de salud por Covid-19 y hablamos largo rato con un vidrio por medio. Recuerdo que ella se molestó mucho porque intentó llamarme por teléfono y le corté la llamada para hablar por mensaje de texto. Con mensajes, yo podía buscar caracteres en el diccionario, hablando, me resultaba difícil entender. Esta vez, hablamos cara a cara sin dificultad, nos contamos de la vida y de la universidad. Ella estaba casi tan feliz como yo, porque habían sido unos años laboralmente complicados para ella y su equipo y no esperaban la hora de recibir más extranjeros. Lo que más le sorprendió fue el cambio de aquel estudiante que balbuceaba chino y se negaba a hablar si no era por mensaje, al que tenía ahora delante, bromeando sobre el viaje y recordando antiguas anécdotas en el hotel. 

Entrada del hotel, fotografía de 2019.

Tras un tiempo indeterminado de charla, por fin pude ir a mi habitación. Lamentablemente no podría ir a mi antigua habitación, porque cada piso tenía una función específica, y el tercer piso estaba deshabilitado. Al ingresar en mi nueva habitación en el piso 11, me sentí extraño, porque se parecía tanto y tan poco a mi antigua habitación que casi me confundía y mareaba. Agotado por todo el viaje, me conecté a internet, avisé a mis familiares y amigos que había llegado bien y me sumergí en un profundo sueño cargado de fantasías con la universidad, las clases, la comida china y el parque 南湖 Nánhú.

No esperaba que poco antes de las 6 de la mañana, alguien tocara mi puerta con desesperación y me hiciera saltar por los aires. Cuando abrí los ojos tuve un segundo de desconcierto, la habitación parecía mi antigua habitación pero no era, ¿seguía soñando o había despertado? La persona en la puerta seguía llamándome, era el inicio de la última cuarentena, era el inicio del final del viaje. 

Año 2019, última fotografía antes de dejar la habitación. Jamás habría imaginado que tardaría más de 2 años en volver.


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